Luces que no cantan
Con la actitud de mejorar la seguridad en nuestras calles, quisiera expresar mi desasosiego por la falta de semáforos sonoros en Santander para personas con discapacidad. Aunque esto pasa desapercibido para los que no sufrimos ningún impedimento, para los que sí, puede suponer un trago amargo cada día que salen solo a comprar el pan. La semana pasada, en una callejuela de la urbe, fui bendecido al poder socorrer a una abuelita sin vista en su travesía. Tras un rato en el que yo estaba esperando el autobús, pude ver a la señora de unos 60 años envuelta en una atmósfera de inquietud. Cada poco, ella daba una pequeña vuelta alrededor del semáforo con su bastón, como si estuviera buscando algo que había perdido. Yo, un iluso, quise pensar que quizá estaba esperando a alguien, ya que lo intentaba disimular en varias ocasiones, y aunque no pasaba mucha gente cerca de ella, no pidió ayuda a los pocos que pasaban por al lado. La curiosidad me pudo, así que me acerqué para saber si todo estaba bien, a lo que, con miedo a equivocarme, le pregunté: “Disculpe señora, no sé si necesita ayuda para cruzar, la puedo ayudar si necesita”. La abuelita, como si acabara de escuchar a su nieto favorito, me respondió: “Gracias a Dios, pensé que iba a tener que probar suerte para pasar”. En ese entonces comprendí lo poco que estamos preparados como ciudad, y lo mucho que puede hacer un simple sonido. Tras darle al coco un rato, no fui capaz de recordar más de tres o cuatro semáforos, que no sean céntricos, que cuenten con esta asistencia sonora. Por ello, insisto que necesitamos ser más conscientes sobre la importancia que es tomar estas medidas, con la posibilidad de hacer de Santander un espacio más seguro para ellos. Ah, y, sobre todo, que no tengan que rezar para cruzar un paso de cebra.