83 años de la noche que cambió una ciudad para siempre
La noche del 15 de febrero de 1941, Santander vivió una de las tragedias más devastadoras de su historia. Un voraz incendio comenzó en la calle Cádiz y se extendió rápidamente, impulsado por fuertes vientos, consumiendo en cuestión de horas gran parte del casco antiguo de la ciudad. Esta catástrofe, conocida como el Gran Incendio de Santander, dejó una marca indeleble en la memoria colectiva de sus habitantes y redefinió la fisonomía urbana de la capital cántabra.
Los primeros indicios del incendio comenzaron a notarse a eso de las ocho de la noche, cuando varios testigos de la zona empezaron a ver las llamas y humo saliendo de un edificio. En cuestión de minutos, las llamas se propagaron a una velocidad alarmante, avivadas por rachas de viento. Las estrechas calles de la ciudad y la abundancia de madera facilitaban el avance del fuego, que pronto se volvió incontrolable.
Las autoridades locales y los cuerpos de bomberos se movilizaron rápidamente, pero se enfrentaron a una ardua tarea. La falta de medios adecuados, sumada a la intensidad del viento, hizo que cada intento por sofocar las llamas pareciera ineficaz. Quedó claro que la prioridad sería evacuar a los residentes de la zona y asegurar que las pérdidas humanas fueran mínimas.
A lo largo de la noche y las primeras horas del día siguiente, el incendio continuó su destructiva marcha. El fuego arrasó edificios emblemáticos, como el Teatro Pereda y la Iglesia de Santa Lucía. Aunque seriamente dañada, la Catedral de Santander logró resistir el envite de las llamas. En total, el incendio destruyó 37 calles y cerca de 400 edificios, dejando a más de 10.000 personas sin hogar.
Entre los muchos supervivientes que vivieron para contar el horror de aquella noche se encuentra Manuela Palacio, que en 1941 tenía solo 9 años. Ahora, a sus 92 años, Manuela recuerda vívidamente los eventos de aquel día:
«Recuerdo una noche fría y ventosa. Mi familia y yo estábamos en casa cuando empezó a oler a quemado. Al asomarme a la ventana pude ver cómo la gente salía de sus casas a la calle, si mi memoria no me falla creo recordar que el cielo se había teñido de un rojo intenso. Mis padres me agarraron de la mano y corrimos hacia la Plaza del Ayuntamiento, que ya estaba llena de gente asustada. El calor era insoportable, y el sonido de las llamas devorando los edificios aún lo tengo presente en mi memoria. Pasamos la noche a la intemperie, sin saber si nuestra casa seguiría en pie al amanecer. Cuando regresamos, nosotros sí tuvimos la suerte de que nuestra casa se quedase intacta ante la posible propagación de las llamas, cosa que no puedo decir a otra tanta gente a la que no le quedó nada después del incendio. La zona por la que yo jugaba había desaparecido del día a la mañana consumida por el fuego.»
En las semanas siguientes al desastre, la ciudad de Santander empezó a tomar medidas y una de las primeras fue la creación de albergues provisionales para los desplazados. Además, se implementaron comedores comunitarios y se organizaron campañas de donación a nivel nacional para los afectados. La reconstrucción de la ciudad no fue solo una cuestión de levantar nuevos edificios, sino también de redefinir el urbanismo de Santander.
La transformación tras el incendio marcó el inicio de una nueva era para la ciudad. El nuevo diseño urbano mejoró las condiciones de vida y facilitó el crecimiento económico en las décadas posteriores. Sin embargo, la memoria del incendio no desapareció. Cada año, el 15 de febrero, los santanderinos recuerdan con solemnidad la tragedia y rinden homenaje a quienes sufrieron y a los que ayudaron en la reconstrucción.